En los próximos días se producirá el primer encuentro en el que los presidentes Álvaro Uribe y Barack Obama podrán sentarse con calma a hablar de las relaciones bilaterales, de tanta trascendencia para ambos países. Han hablado un par de veces telefónicamente y pudieron intercambiar algunos conceptos en la pasada Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, pero a decir verdad, han sido espacios de relaciones públicas pero nada de fondo.
Colombia sigue apostándole a la ratificación que del Tratado de Libre Comercio debe hacerse en el Congreso estadounidense para que entre en vigor, y sin duda un impulso del presidente Obama en estos momentos será definitivo para destrabarlo. Nadie como él tiene la legitimidad para hacerle entender a los sindicatos y a los congresistas demócratas que es necesario desde todo punto de vista fomentar un tratado en este sentido.
Hay una ventaja para los colombianos: los medios de comunicación, tanto en editoriales como en sus principales columnas de opinión han empezado a fomentar la oportuna cooperación con nuestro país, tanto por el desarrollo comercial que esto implica, como por mantener un aliado en un subcontinente que cada vez es más hostil hacia los norteamericanos. El presidente Ronald Reagan fue insistente en decirle al Congreso de entonces que mientras más se apoyaran los aliados, menos riesgos de inmigración masiva y enemistades tendrían.
La agenda está abierta para que al llegar Uribe a la Casa Blanca se aproveche el tiempo con los funcionarios del gobierno Obama que son conocedores de primera mano de la realidad colombiana y así favorecer los proyectos de cooperación que están en marcha y otros nuevos que llevará nuestra delegación.
Con los efectos de la globalización, es vital fortalecer relaciones con quienes han sido nuestros socios históricos a la vez que se abren otros mercados. El gobierno de Colombia le apunta a la perspectiva de ser fuertes en comercio y desarrollo para nuestro pueblo; las señales que manda el gobierno de Barack Obama van en el mismo sentido.
